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El Pregón

 


Septiembre de 1984.
La plaza se viste de gala,  bujes adornan los kioscos de madera desvencijada por el paso del tiempo, infinitas banderas rojigualdas hacen de tapices para la ocasión.

Es la hora del pregón, la muchedumbre va llegando al son que marcan unas incipientes peñas que dan a la plaza su particular espíritu etílico y desenfadado. 

A un lado de la plaza, las autoridades locales y foráneas, acompañados de la corte de honor donde la belleza que da la juventud se hace visible.

Se apresuran para coronar entre aplausos y vítores a la reina y damas que presidirán todos los actos lúdicos y festivos que se celebrarán en la localidad.

Y llega la hora del pregón, donde se da cuenta del prometedor futuro, del reconocimiento del pasado y de la realidad tozuda del presente.

El pregonero finaliza con vítores y soflamas religiosas para solicitar la protección del santo y emplaza a las fuerzas vivas del municipio a conseguirlo mediante plegarias y rogativas.

Debajo del kiosco de tablas torcidas y de clavos que supuran tétanos, el vulgo, la plebe, que aplaude enfervorizada tan letanico discurso.

Pero a un lado de la plaza está Merce, ajena a lo que dice el orador, invisible para todos. 

Merce esta sentada dentro de su tienda diminuta donde lleva sentada todo el día y allí seguirá hasta que su cuerpo aguante. 

Nadie más que ella sabe de su propia realidad,  ella sólo sabe y entiende de endulzar la vida con su variada carta de dulces que con tanta paciencia y esmero preparó días antes. 

Merce está sola, Rufino hace unos pocos años que partió de este mundo, dejando a Merce el difícil reto de seguir haciendo las delicias a generaciones del pueblo. 

Pero allí sigue Merce, invisible cuando a las tantas de la madrugada cierra la ventanilla y se apresta a caminar a su casa. 

Le espera otro día duro y tiene que preparar la siguiente partida de alajú, y lo seguirá haciendo sóla e invisible hasta el último día de su vida. 

Merce fue a reunirse con Rufino en el Hades, lugar donde siguen siendo invisibles. 


No sé si alguna vez seré pregonero de las fiestas de mi pueblo, personas más capacitadas que este humilde juntaletras las hay por decenas, por eso quiero agradecer el empeño y estima de las personas que me lo pidieron y me  piden que lo sea. 

Sí alguna vez lo soy, haré un pregón para Merce y para tantas y tantas de  esas personas invisibles que durante generaciones dieron fama y prestigio a mi querido y amado pueblo con su trabajo y sacrificio. 

Felices fiestas para todos y todas 


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