Sobrecogidas por el arrollador avance de Podemos, ambas formaciones han protagonizado un agudo escorzo hacia la izquierda en su discurso y han rejuvenecido de un plumazo sus liderazgos. Pedro Sánchez, 42 años, se ha situado al frente de los socialistas; y Alberto Garzón, de 28, ha dado un golpe de mano para apartar a Cayo Lara en IU. Pero, sobre todo, esas dos fuerzas han asumido, con una mezcla de pragmatismo y pánico, que afrontan un tiempo nuevo en el que el 'statu quo' vigente en las últimas décadas puede saltar por los aires. De ahí el ataque de nervios en el que se hallan, que casi ni se esfuerzan en disimular.
Salvo por su acelerada eclosión y enorme intensidad, no resulta extraño el terremoto en la izquierda política ante la aparición de un competidor pujante; sin complejos, ataduras ni desgaste, y que sabe comunicar lo que quieren escuchar cientos de miles de ciudadanos asfixiados por la crisis y los recortes. Todo ello, con un verbo tan encendido como preñado de demagogia. Y resultón. Salta a la vista. Además, como lo que predica Podemos todavía no se ha visto confrontado con la realidad, con lo que este partido de nuevo cuño haría si controlara un gobierno o un ayuntamiento, por ahora no hay desgaste posible. El papel lo aguanta todo.
Agudizar la sangría del rival
Más difícil es entender la actitud del PP, que parece empeñado en situar a Podemos en el centro del debate político. Como si quisiera convertirle en su gran antagonista, casi en su principal adversario, y ningunear así a un PSOE noqueado, sin rumbo y a la deriva por un cúmulo de errores. Todo ello, a costa de dar aire a la plataforma de Pablo Iglesias, reforzarla como alternativa y otorgarle un protagonismo muy superior al que justificarían sus 1,2 millones de votos en las elecciones europeas y cinco de los 51 escaños repartidos en las urnas el 25 de mayo.Bueno, quizás no sea tan difícil de entender esa estrategia, muy visible en las últimas semanas. El PP sufrió el 25-S un batacazo tan severo como el del PSOE. Pero, aunque fuese con un pírrico resultado, ganó los comicios y, a diferencia de los socialistas, el grueso de sus votantes perdidos no apoyó a otro partido, sino que se refugió en la abstención. Es decir, el tsunami de Podemos no le alcanzó. O lo hizo en mucha menor medida que al PSOE y a IU, que vio frenado en seco un ascenso que preveía espectacular.
Achicharrado por la crisis, los tijeretazos al gasto social y el reguero de promesas incumplidas, y con un Gobierno sin grandes éxitos que exhibir ante su electorado, el PP es consciente de que tiene imposible revalidar su mayoría absoluta. También de que, si los socialistas no estuvieran en la UCI tras la nefasta herencia de Zapatero, ganar las próximas generales sería poco menos que una quimera. Por eso parece haber optado por una estrategia sui generis: frenar su propia sangría en la medida de lo posible y, sobre todo, propiciar a fondo la del rival para conservar el poder.
¿Cómo? Engordando a Podemos. Eso es lo que consigue cuando le presenta como la gran referencia de la izquierda, el poderoso enemigo a batir, un partido en pleno auge que quiere cambiar las reglas del juego imperantes en España... El segundo paso consiste en atribuirle la condición de peligrosa amenaza, de un grupo extremista capaz de imponer un régimen como el chavismo venezolano o la dictadura castrista... si no fuera porque el PP está enfrente. Porque siempre nos quedará el PP. Una forma de atraer a los propios -aunque sea con el tópico recurso al miedo- y, a la vez, de dispersar a los ajenos.
El enemigo público número uno
Convertir a la plataforma de Pablo Iglesias en el enemigo público número uno del PP, a pesar de que su fuerza sea aún limitada, anunciando todo tipo de catástrofes si se consumara su irrupción en el poder -una hipótesis descabellada a día de hoy- constituye una forma objetiva de regalarle votos. Y de quitárselos al PSOE. En el fondo se trata de dibujar un mapa político de trazo grueso, y alejado de la realidad en este momento, reducido (o casi) a dos grandes opciones: PP y Podemos. O conmigo o contra mí. O Rajoy o “el chico de la coleta”. Usted verá.Cuanto más numeroso sea el grupo parlamentario de Podemos en el Congreso que surja de las próximas elecciones generales, más reducido será el de los socialistas. Porque Podemos se nutre, en buena medida, de simpatizantes desencantados del PSOE que han dejado de creer en este partido y buscan una mezcla de utopía, cambio, aire revolucionario y golpe al hígado de los poderosos... Todo ello, en una simple papeleta.
Conclusión: cuanto más fuerte sea Podemos, con más facilidad podrá el Partido Popular ganar los comicios, y gobernar, aunque saque muchos escaños menos de los 186 que tiene ahora y que está muy lejos de repetir. El PSOE cuenta con 110. Algunos históricos de la 'vieja guardia' socialista, muy críticos con la deriva del partido en los últimos años, pronostican en cenáculos madrileños que corre el serio riesgo de quedarse con apenas 40 ó 50 diputados. Vamos, una catástrofe.
El PSOE no lo tiene fácil. La inercia le empuja hacia un discurso más izquierdista para frenar el espectacular empuje de Podemos y demostrar que él no pertenece a la denostada “casta”, que sus políticas no son una mala copia barnizada de las del PP, como sugiere Pablo Iglesias con la mirada puesta en los recortes sociales de Zapatero que le condujeron al suicidio político. Pero la experiencia demuestra que las elecciones se ganan en el centro, no en los radicalismos. De ahí que esa tentación de recuperar las esencias más socialistas tropiece con no pocos frenos a la hora de la verdad. En Ferraz aún recuerdan con horror la fallida y confusa alianza preelectoral con la IU de Francisco Frutos en 2000, con Joaquín Almunia de candidato, que regaló a Aznar una inesperada mayoría absoluta.
Ese escenario imaginario -un PSOE en los huesos y Podemos como formación emergente dentro de la izquierda- es la mejor opción posible para algunos sectores del PP, que parecen haberse conjurado para hacerla posible. Quizás resulte beneficiosa para los intereses del partido. A fin de cuentas, si triunfa le garantizaría unos años más en el poder, pese al descomunal desgaste acumulado por la crisis y el desencanto de una parte apreciable de sus propios votantes. Más dudoso es que resulte lo más conveniente para los intereses del país.
Visto por El Correo